jueves, 24 de noviembre de 2016

SOMOS TIEMPO QUE FLUYE


Estos días estuve de papeleo para resolver la herencia de mi centenaria abuela recientemente fallecida y uno de los documentos que tuve que buscar es la Partida de Nacimiento del Registro Civil. Me parecía un documento como otro cualquiera. Pensaba que era una burocracia más. Un papel que nos hacen buscar para perder el tiempo. Una fría hoja con datos que vienen en cualquier otro certificado oficial. Pero la realidad es que me resultó impactante, estremecedor, emocionante... Es un documento con el que dejamos de ser un brote de la Naturaleza y pasamos a ser ciudadanos en un país civilizado. Tenemos un nombre y apellidos oficiales. Nuestro sexo. Nos dice quienes eran nuestros padres y abuelos. La fecha y lugar del matrimonio de los que nos trajeron al mundo. También el nombre del médico dando fe de nuestra vida recién llegada. Yo nací el 3 de diciembre de 1981 y consta que mi padre me inscribió el lunes 7 de diciembre a las 11 y 10 de la mañana. Me puedo imaginar a mi padre entre nervioso y emocionado deseando acabar con el trámite legar para apurarse un vino con sus amigos antes de volver a casa. Seguro que les habló de mí. Seguro que puso a mi madre la excusa del papeleo para llegar algo más tarde. Seguro que mi madre no le creyó. Pero de lo que sí estoy seguro es que fueron días felices para los dos.

  Es muy curioso cómo ese frío papel con caligrafía antigua me ha hecho evocar algo de lo que no puedo tener recuerdo. ¡Cuánta información para tan pocos días de vida! El "libro gordo" del tomo del Registro ahí sigue lleno de polvo. Ahí estoy yo y los que me precedieron. Se hace verdad lo que decían los romanos: "scripta manent". Las palabras se las lleva el viento y lo escrito permanece. Siempre se dice aquello de que una imagen vale más que mil palabras pero, a veces, como yo mismo al leer mi propia Partida de Naciemiento, esas pocas palabras me hacen reconstruir muchas imágenes del pasado.


  Llego a la conclusión que cuanto más intento buscarme a mí mismo sólo encuentro a mis padres que ya no están. Como si al buscar respuestas apareciese siempre el origen. Como si al buscar metas se vuelve siempre al punto de partida. Miro sin parar, casi hipnóticamente, esa foto de la boda de mis padres y pienso que todo lo mejor de mí es precisamente la contemplación de esa foto. Yo no me veo reflejado sino que necesito proyectarme para intentar ser como ellos y esa sensación de vacío siempre estará ahí.

  Miro esa foto y me maravillo de lo guapos que eran. Parecen dos actores de cine en una película con final feliz, al contrario de lo infeliz que fue el final de sus vidas. Me pregunto si soy yo el raro por ver guapos a mis padres en las fotos ya en tonos sepia. Seguro que no y que todos los hijos ven guapos a sus padres y que los míos quizás no sean los guapos de la película.

  Miro esa foto y pienso en el hermoso recuerdo que habéis dejado en todas las personas que os ha conocido y qué maravilloso sería que existiese una Lotería donde el premio fuese Tiempo y no dinero. Tiempo para pasear en verano de la mano de mi padre a la orilla de la playa comentando la pretemporada y los fichajes del Barcelona de nuestros amores. Tiempo para estar con mi madre en la cocina ayudándola y conversando todo el rato. ¡Qué feliz era yo en las tardes de Nochebuena y Nochevieja cocinando con ella! El tiempo se escurre y no podemos agarrarlo con las manos. Eso somos: tiempo que fluye. Jugaría todo lo que tengo a esa Lotería del Tiempo y aunque perdiese todo lo que tengo valdría la pena intentarlo. Por volver a tener esa playa, esa comida y esas conversaciones. Por volver a teneros a los dos un solo instante.

César Romero
Doctor en Física
@CesarRomGa




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